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domingo, junio 1, 2025

Marcelo Subiotto: La forma de resistir es encontrar un colectivo humano

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Ahora se lo conoce como Lucas, por su papel en El Eternauta, que se puede ver por Netflix, pero antes fue el profesor Marcelo Pena en la película Puan. Los espectadores de teatro lo vieron en los escenarios desde la década del noventa junto a directores como Daniel Veronese o Mariano Pensotti. Además de seguirlo desde la plataforma se puede asistir a su unipersonal los lunes a las 20, en el Teatro del Pueblo interpretando Los pájaros de Ignacio Torres y Juan Ignacio González, con dirección de este último.

—¿Qué características tiene tu personaje?

—Lucas es bastante particular. Es el único que no tiene el problema de tener que ir a buscar a alguien. No tiene familia, ni esos compromisos. Es hasta un poco infantil, casi que parece el hijo de Alfredo (Carlos Troncoso) y de Ana (Andrea Pietra). Es el que acompaña, no tiene voluntad de liderar, ni tiene ideas, sólo trata de aguantar la situación. Es un personaje que a lo largo de los seis capítulos tiene un arco que es súper interesante y que tiene que ver con el Lucas que se verá en el último capítulo.

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—¿Habías leído la historieta?

—Tenía la relación que toda persona vinculada un poco con el cine tiene con ese material. Lo había leído de adolescente, pero no tengo un vínculo con el universo de la historieta, salvo cuando era muy chico. En cuanto me convocaron me volqué con más atención después de muchos años a releerla y la verdad fue una buena piña. La historia de vida de su creador, Héctor Germán Oesterheld, me hizo tomar más conciencia, además me sorprendió descubrir la cabeza que él tenía hace cincuenta años atrás. Esa forma de abordar el género de ciencia ficción, que imagino está un poquito emparentada con lo que se escribía en los Estados Unidos, aunque no sé cuáles fueron sus influencias, pero todo lo desarrolló en Buenos Aires, que indudablemente conocía muy bien.

—¿Y lo político?

—Él es uno de los desaparecidos como tantos que tenemos y también sus cuatro hijas, dos embarazadas. El Eternauta fue una forma de manifestar sus convicciones políticas en los diferentes momentos en que él escribe. En la primera hay una mirada sobre cómo enfrentar a esa invasión y en las posteriores (fines de los años sesenta y los setenta) ya hay otro abordaje con respecto a esa invasión. Vivió en el contexto de la posguerra, tiempos de la Guerra Fría. La gente que está siendo invadida por un imperio, si se quiere da muchas lecturas políticas de esa época.

—¿Cómo fue filmar para Netflix?

—Estuve en División Palermo cuando ya estaba en Netflix. Las producciones siempre tienen un carreteo como también lo tuvo El Eternauta de muchos años hasta que se encuentran las condiciones para poder hacerlas. Había tenido otras experiencias filmando series para otras plataformas, pero esta fue muy particular porque trabajamos con la ciencia ficción, con todos los requerimientos técnicos que ese género pide para lo audiovisual. Para nosotros todo fue nuevo, la verdad es que desconocía el tema de actuar frente al croma, esa pantalla en los estudios. Es increíble, porque hay que poner esa disposición para ese dispositivo y no perder la línea de ficción ya que uno tiene que actuar en el momento que le toca.

—¿Cómo es hacer ficción en dos ámbitos tan opuestos como el teatro y el audiovisual?

—Al mundo audiovisual entré ya grande como muchos actores de mi generación, que venimos del teatro independiente. Lo fui aprendiendo haciéndolo. Son dos ámbitos muy diferentes para el actor. El escenario es una situación mucho más deportiva para el cuerpo del intérprete, tiene que estar ahí solito en un presente que es absolutamente trágico. Diría es esa función, luego morirá y habrá que ir a buscar la próxima sabiendo que también morirá y así siempre. Lo audiovisual tiene otra impronta que es lo eterno. Quedará ahí y uno es consciente cuando está filmando. Pero además las técnicas para abordar los dos ámbitos son muy distintas. La forma que se trabaja la voz en el teatro no es la misma para el cine o una serie, tampoco el cuerpo.

—Gracias al teatro viajaste mucho, primero con espectáculos de Daniel Veronese y ahora con Mariano Pensotti. ¿Te reconocen?

—Hice muchas giras, hace poco fuimos con La gran ilusión, una producción del Teatro San Martín a Madrid. Poder viajar es maravilloso. Últimamente sí me ha pasado, sobre todo en España, anteriormente por haber estado con una obra de Veronese y ahora por División Palermo que se vio allí, también por algunas proyecciones que se hicieron de Puan. Ahora estuve filmando en el Uruguay, por ejemplo y me pasó bastante, hay gente que se me acerca porque vio alguna ficción. No me considero un actor popular. En ese sentido voy por la calle y no me reconocen. A mí el medio no me modifica mucho. He tenido situaciones donde veo que la gente es muy respetuosa. Una vez iba en el subte, leyendo y después de un tiempo pasó una persona me dijo: “Disculpame, no te quería molestar, pero te quiero felicitar por Puan”. Y las dos personas que tenía al lado me dijeron: “Nosotros tampoco te queremos molestar…”Se ve que hay como un respeto y no querían abordar al actor, eso es muy lindo también.

—¿Fue la película “Puan” la que te abrió más puertas?

—En el cine hay una primera película que me abrió mucho las puertas y fue La luz incidente de Ariel Rotter con Erika Rivas, en el 2015. Pero obviamente Puan superó las expectativas de todos los que estuvimos dentro. A mí me dio una visibilidad y un lugar cuando apenas estaba como asomando. En ese aspecto, digamos, es una espuma que sube y que baja.

—¿Creés que hoy en día el cine va a necesitar de las plataformas para sobrevivir?

—Hay un debate complejo que tiene que ver con la contemporaneidad y también con la tecnología, que va cambiando nuestras costumbres. Creo que el cine como experiencia no queda fuera de eso. Esto que empieza con el delivery, sigue con el auto que lo pedís desde tu casa, luego la plataforma que tiene la película que querés ver…algo que está cambiando muchísimo. Soy un actor, creo en el ritual y lo necesito, desde lo teatral hasta ir a un cine. Ver ficciones cuando se apaga la luz y rodeado de un montón de gente, no te puede intervenir tu teléfono, ni nada. Estás yendo a una actividad, la tenés que ir a buscar, no es que te la traen. Es como si el mundo contemporáneo nos estuviera tendiendo esa trampa. Quédate tranquilo, sentado y te vamos a dar todo. Pero fíjate que eso es lo que plantea El Eternauta, te salva lo más antiguo, como el coche y la comunidad, estar con el otro. La forma de resistir es encontrar un colectivo humano que tire para adelante. Todos los que eligen el camino solitario en la serie no terminan bien. Se salvan los que aprenden a moverse en grupo y tomar decisiones consensuadas.

—¿Qué te impactó más de “El Eternauta”?

—Cuando empezamos a filmar no estábamos muy lejos de la experiencia de la pandemia. No podíamos dejar de hacer una analogía, un momento en que el mundo se cerró porque estábamos frente a un virus. En la serie nos quedarnos encerrados y con lo mínimo, en un mundo en el cual la invitación es a lo máximo. Hay algo de El Eternauta que nos vuelve a lo esencial. También me gusta mucho la argentinidad que se ve a flor de piel, sin que esté forzada, eso es un acierto de Bruno (Stagnaro). El jugar al truco, escuchar discos de vinilo, creo que esas necesidades de rituales, nos acercan un poquito al otro desde diferentes actividades culturales.

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