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jueves, julio 24, 2025

La fiesta murió; la mataron las redes sociales

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En Estados Unidos, los jóvenes redujeron en un 70 % el tiempo que dedican a ir de fiesta desde 2003. Solo el 4,1 % de los estadounidenses declaró haber asistido u organizado una fiesta o ceremonia típica de fin de semana en 2023. En general, la socialización cara a cara ha caído alrededor de un 20 %, pero supera el 35 % en hombres solteros y jóvenes menores de 25 años. Algunos dueños de mascotas pasan más tiempo con sus animales que con amigos cara a cara. Todos estos datos vienen de un artículo publicado por Derek Thompson titulado “The Death of Partying in the U.S.A.—and Why It Matters” («La muerta de la fiesta en Estados Unidos y por qué esto importa«), publicado este mes de julio de 2025.

En España, los datos son menos conocidos, pero el síntoma es idéntico: algo se rompió. Según la Fundación de ayuda contra la drogadicción, el 75 % de los jóvenes entre 15 y 29 años prefiere chatear o ver videos antes que salir. En el año 2000 «estar con los amigos» era la principal ocupación del ocio juvenil. En 2019 es «estar delante de la computadora», pero, principalmente, para relacionarse con ellos. No es un cambio cultural. Es una epidemia. Y el virus más potente que lo causa tiene nombre: digital y hasta apellido: las redes sociales.

Lo que para muchos adultos parece entretenimiento inocente o “conexión digital” es, en realidad, el alcoholismo de esta generación, su fentanilo emocional. Un cáncer social que, como todos los cánceres, no avisa. Se infiltra. Se normaliza. Y cuando queremos darnos cuenta, ya hizo metástasis. Cada día, los jóvenes españoles dedican 6 horas a pantallas, pero solo una fracción de eso a interactuar cara a cara. En lugar de llamar, escriben.

En lugar de verse, mandan memes. En lugar de hablar, hacen scroll. ¿Y nosotros, los adultos? Lo permitimos. Les dimos un celular a los 10 años. Les dijimos que la calle era peligrosa. Que mejor quedarse en casa. Construimos la jaula y ahora fingimos sorpresa porque no quieren salir y no se relacionan bien. Las plazas ya no son de encuentro. Las fiestas populares desaparecen o se llenan de móviles en alto, grabando sin vivir. Las consecuencias son brutales:

· La soledad juvenil se dispara.

· El bienestar emocional se hunde.

· Las amistades reales se desvanecen.

· El deseo de pertenencia se traslada a tribus digitales.

El “siglo antisocial” ya no es una hipótesis. Es presente. Y sus efectos son devastadores. No se trata solo de que haya menos fiestas. Es que se está desmoronando el pegamento que nos hacía humanos: la convivencia, el roce, la complicidad. Lo que aprendías en una sobremesa o en una barra ya no se aprende en ningún lado.

Porque TikTok no enseña a mirar a los ojos. Instagram no da abrazos. Y WhatsApp no te levanta del suelo cuando lloras a las cinco de la mañana. Esto importa. Porque no estamos perdiendo la fiesta como pegamento social. Estamos perdiendo la vida en común. Y si no reaccionamos pronto, desde las políticas públicas hasta el salón de casa, nos vamos a quedar con una generación brillante, perfecta en LinkedIn… y absolutamente sola.

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