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sábado, abril 26, 2025

La ventaja de China en la producción manufacturera resulta imbatible

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La hegemonía unipolar norteamericana que surgió en 1991 con la implosión de la Unión Soviética duró 18 años, y concluyó definitivamente en 2008 / 2009 cuando estalló en Wall Street la crisis financiera internacional con el colapso de Lehman Bros.

A partir de allí surgió un sistema multipolar completamente horizontalizado y unificado por la revolución de la técnica, que aceleró su integración al ritmo vertiginoso de la digitalización instantánea; y con ella desaparecieron los fenómenos de la dependencia y la subordinación que habían caracterizado los 40 años de Guerra Fría.

El principal factor estructural que nació en la etapa de vigencia unipolar de la hegemonía norteamericana fue la irrupción de China como la gran protagonista de la economía global completamente unificada; ésto se reveló con toda su extraordinaria potencia a partir de su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001.

En los siguientes 15 años el comercio internacional chino creció 30% anual, mientras su PBI se expandía 9,9 % cada 12 meses.

A partir de entonces China comenzó a construir su extraordinaria ventaja comparativa, convirtiéndose en la cabeza de la producción manufacturera mundial.

Lo hizo combinando su fuerza de trabajo abundante y barata constituida por más de 900 millones de operarios, potenciada por la inversión de capital provisto por las grandes transnacionales de Japón, Europa, y EE.UU., que se volcaron para producir allí y vender al mundo.

Esto coincidió con un debilitamiento creciente de EE.UU. en el sistema internacional, que adquirió su forma extrema en los 4 años de gobierno del presidente Joe Biden, en los que incluso Washington mostró una situación nítida de vacío de poder.

En esa etapa amplias regiones de EE.UU., especialmente las del Medio-Oeste industrial (Pensilvania, Ohio, Michigan, Wisconsin) – el antiguo Ruhr norteamericano – fueron devastadas por el Shock chino (David Dorn y Gordon Hanson / 2016) que es la manifestación de la inmensa capacidad competitiva que tenía – y tiene – la reciente superpotencia manufacturera de la República Popular, desplegada en el arco que va de Hong Kong hasta Shanghai, atravesando las cuencas de los ríos Pearl y Yangtzé.

Esto produjo en EE.UU. un rechazo visceral a la globalización en amplias regiones del país mientras que, las zonas costeras, el sistema financiero y los servicios de alta tecnología fueron los grandes triunfadores de la nueva fase del desarrollo capitalista.

Esto se manifestó ante todo en los mandatos del “presidente de la globalización y de la unipolaridad” que fue Bill Clinton, una figura excepcional de carisma y liderazgo de EE.UU.

La situación ha cambiado rotundamente en el momento actual, y EE.UU. ha vuelto a reencontrar la voluntad política con Donald Trump, en tanto que China ha consolidado su extraordinaria ventaja comparativa en el área de la producción manufacturera mundial en toda la zona Sur del país, donde ha surgido una máquina productiva de alta tecnología prácticamente imbatible en el actual sistema internacional. Eso le otorga a la República Popular una hegemonía competitiva como no ha habido otra en la historia del capitalismo, incluyendo al EE.UU. triunfador de la 2° Guerra Mundial.

Esta formidable máquina de producción manufacturera es el resultado de una combinación de subsidios, precios especiales, mano de obra notablemente calificada, energía eléctrica barata y confiable, escala continental de mercado, y sobre todo una feroz competencia interna alentada por un Estado dotado de visión estratégica de largo plazo.

El actual sistema internacional de comercio se ha convertido en un subproducto de la formidable ventaja comparativa de la República Popular; y ésto es precisamente lo que cuestiona Donald Trump con su doble propuesta – que estratégicamente es una sola – de transformar a EE.UU. de una economía de consumo en la 1° superpotencia manufacturera; y para ello utiliza como principal instrumento de acción la política tarifaria que lo enfrenta con el mundo entero, pero en el que el epicentro del conflicto es inequívocamente el enfrentamiento con China.

Trump ha logrado ahora aislar a China imponiéndole una tarifa de 145%, que puede trepar a 245% en cualquier momento, y cuyo significado práctico es que le ha clausurado el ingreso de sus exportaciones al mercado norteamericano, que es el mayor mercado de consumo del mundo.

Trump sabe que el acceso al mercado de EE.UU. es la carta ganadora de este nuevo juego global, en el que lo que se disputa es el destino del mundo, y por eso presume que el tiempo está a su favor.

Lo que queda ahora pendiente es el inevitable encuentro negociador entre Trump y Xi Jinping, los dos líderes del nuevo sistema mundial. El liderazgo – carisma y decisión – siempre ha sido y será lo esencial del fenómeno político, la verdadera sal de la historia. ¿Y qué sucede con el resto? A él se le aplica la regla de Clausewitz: “Lo accesorio sigue siempre la suerte de lo principal”.

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