Con “Un gato muerto” (Minotauro), relato intrigante, aterrador, de Guillermo Martínez, se recupera un prestigioso sello editorial. Cuentista, novelista, doctor en Ciencias Matemáticas, Martínez se ha consagrado internacionalmente por sus obras y las películas surgidas a partir de ellas. Dialogamos con él.
Periodista: ¿A qué se debe el actual interés por la literatura de terror?
Guillermo Martínez: A veces hay un resurgimiento de algunos temas, géneros, atmósferas. Hace años ocurrió con el tema del vampirismo y antes, por la repercusión de “El código Da Vinci”, con las novelas que tenían que ver con religiones y sectas. No estoy seguro de cuánto es el predominio de un género sobre otro. Creo que conviven varios a la vez. Sin duda el éxito de Mariana Enriquez con “Nuestra parte de la noche” contribuyó a iluminar ese mundo. Pero, a la vez, está de moda el new weird, la nueva literatura extraña, que no es exactamente lo gótico. Me parece que los dos mundos en que se mueven las corrientes literarias actualmente son el de la autoficción, con la vivencia realista de la vida íntima y el de una literatura de imaginación que va del gótico, el policial, la ciencia ficción al new weird.
P.: ¿No considera que esto tiene que ver con “el espíritu de la época”, el “zeitgeist”?
G.M.: Sin duda, se ven resurgir ideas del fascismo. Está a la luz del día lo que hasta no hace mucho era claramente vergonzante. Volvió el orgullo de ser de derecha, con todos los retrocesos imaginables que eso puede tener. Se promueve un individualismo extremo donde si no te hiciste un lugar en el mundo es porque no trabajaste lo suficiente. Es la idea de la explotación de uno mismo en pos del capitalismo. Hay en este momento una cantidad de gente, como no se ha visto nunca, que está regalando su trabajo, por los contenidos que ponen en las redes. Contenidos gratuitos, que están esperando llegar a cientos de miles de seguidores para alguna vez cobrar algún dinero. Esa hiperproducción personal contribuye a esa ilusión piramidal del capitalismo de que todos pueden lograrlo. Bueno, no todos, solo una ínfima parte puede lograr esa cantidad de seguidores y ser remunerado en relación con lo que trabajó. Hay una evidente exacerbación del individualismo que se manifiesta al entregar una parte importante de la vida a una pantalla, una actividad absolutamente solipsista.
P.: ¿Con “Un gato muerto” regresa a los cuentos de sus comienzos?
G.M.: Los cuentos siempre me dieron la posibilidad de ensayar varios registros diferentes. Es para mí el campo predilecto de la imaginación. En la novela uno está atado al mundo de la maquinaria que pone en marcha y al que tiene que atender durante varios años. El cuento permite saltar de un género a otro. En los míos está el mundo familiar, erótico, político o de la locura. En “El gato muerto” hay una tensión, como en varios de mis cuentos y novelas, entre una explicación sobrenatural ligada a la superstición -en este caso la creencia de los efectos de una maldición- y una explicación racional que observa los hechos en términos del mundo real.
P.: ¿Qué sintió al reinaugurar Minotauro, colección que fue un hito en el mundo editorial nacional?
G.M.: Orgullo y emoción. Para mí la colección Minotauro tiene algo entrañable. Eran los libros que coleccionaba mi papá, le gustaban mucho, con obras de Bradbury, Ballard, Burgess, Philip K. Dick, Fredric Brown. Los leía en mi casa de Bahía Blanca. A esto se suma el honor de estar inaugurando esta colección en Argentina, ya está en España, y que el ilustrador sea Santiago Caruso, artista visual de amplia trayectoria como ilustrador de libros.
P.: ¿En qué está ahora?
G.M.: En una novela entre policial y espionaje, un poco a la manera de las de Patricia Highsmith. Es el diario de un tipo al que le dan la misión de matar a alguien y trata de decidir si va a hacerlo o no. Como coguionista, a pedido de Natalia Meta, en una película que transcurre en Oxford. Y “Un gato muerto” tiene vendidos los derechos a los productores de “Cuando acecha la maldad”.